Árboles
Voy mirando por la ventanilla del autobús camino de Madrid. El cambio de paisaje es radical, hay unos árboles... no sé como se llaman pero me gustan, me gusta mirarlos y pensar. Tan vacíos de todo y llenos de nada, pero enfrentándose a todo, desnudos pero firmes.
Están solos, rodeados de otros como ellos, y tal vez, precisamente por eso, solos. Alguna vez no lo estuvieron, y eran felices y nos estaban vacíos sino plenos y henchidos por dentro; pero ahora se resignan y persisten para que yo los vea y piense, sin permitirse el lujo de la nostalgia o la melancolía, aunque su imagen sea el vivo retrato de esta, y me suma en la más profunda de las tristezas.
Su belleza parece tan efímera... Su tronco estrecho, poblado de finísimas ramas que crujen con el viento, de secas, muerto todo pero lleno de vida. Y como es capaz de doblarse, que casi parece tocar el suelo y que hace pensar que en cualquier momento caerá por fin, inconsciente, muerto, abandonando sus desdichas y a sus compañeros de miserias, recordándome la felicidad del más o menos lejano final.

Están solos, rodeados de otros como ellos, y tal vez, precisamente por eso, solos. Alguna vez no lo estuvieron, y eran felices y nos estaban vacíos sino plenos y henchidos por dentro; pero ahora se resignan y persisten para que yo los vea y piense, sin permitirse el lujo de la nostalgia o la melancolía, aunque su imagen sea el vivo retrato de esta, y me suma en la más profunda de las tristezas.
Su belleza parece tan efímera... Su tronco estrecho, poblado de finísimas ramas que crujen con el viento, de secas, muerto todo pero lleno de vida. Y como es capaz de doblarse, que casi parece tocar el suelo y que hace pensar que en cualquier momento caerá por fin, inconsciente, muerto, abandonando sus desdichas y a sus compañeros de miserias, recordándome la felicidad del más o menos lejano final.

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